viernes, 27 de junio de 2008

Pathopathía (enfermedad de la pasión).


El término “pathos” viene del griego antiguo y significa en español “afección, enfermedad”. Esta palabra posteriormente dio origen a “pasión”. La pasión es reconocida entonces como una afección porque es algo que afecta, es decir modifica al individuo, lo transforma.

Un hombre infectado con Ántrax entra en la cámara de diputados, basta con que estornude una sola vez para que en cuestión de segundos más de 10 queden mortalmente infectados. Este primer hombre morirá en cuestión de minutos, pero su enfermedad ha sido legada a otros seres humanos: una pequeña parte del mundo ha sido transformada, un humano, cambiándose a sí mismo, fue capaz de cambiar a otros.

Cuando mi hermano y yo éramos niños mi madre nos leía cuentos a antes de dormir, recuerdo que me gustaban las historias y los personajes porque viajaba a lugares lejanos, casi podía jurar que vivía esas aventuras escritas, a veces ni siquiera podíamos dormir porque queríamos seguir leyendo. Esa fue una costumbre diaria hasta que aprendí a leer “como grande” y desarrollé el poder de leer para mí mismo.

Cada año, mis padres me llevaban a la feria internacional del libro, lo cual me parecía muy aburrido porque se trataba de caminar horas y horas entre un montón de gente viendo cosas que no comprendía, no había juegos y era un edificio viejo, gris y bastante deprimente. Vagamente recuerdo que una vez me preguntaron qué quería y, por no dejar de pedir algo, escogí un libro que hablaba de un gato que quería ser policía, yo me identificaba con el gato porque me gustaban los gatos, a partir de ese día cada año que regresábamos a la feria del libro yo buscaba libros con los cuales me sintiera identificado, las claves eran los títulos o simplemente las portadas.

De la primaria recuerdo que los adultos siempre se quejaban de que los niños no leíamos y veíamos mucha tele, lo cual me hacía sentir confundido porque las dos cosas me gustaban. En consecuencia a esa preocupación, en la escuela nos obligaban a leer un libro al mes, pero ese libro tenía que estar aprobado por la maestra. Esos trabajos me fueron bastante tediosos y la lectura la asocié con una actividad meramente escolar para jodernos la existencia (como casi todo en la escuela). Sin embargo nunca dejé de leer para buscarme a mí mismo. Al crecer descubrí que ante los demás yo era un “freak”, ñoño, “nerd”, etc. Al parecer la gente no concebía que mi interés por la lectura fuera un gusto personal.

Con el tiempo se desarrolló en mí una “patía”. Comencé a buscar más y más experiencias reveladoras, alguna parte de mí que tal vez desconocía o estaba olvidada, quería re-conocerme, conocerme (“conócete a ti mismo” decía un oráculo en la Grecia antigua) a través de lo que leía, de lo que veía y de todo lo que hacía.

Cada pasión es distinta, a cada quien le afectan cosas diferentes, por eso esta enfermedad obliga a los individuos a elegir y a exigir, para esto es necesario un ejercicio de libertad y auto-conocimiento, una auténtica expresión de individualidad. Escojo lo que me gusta, no lo que me dicen que me debe gustar, encuentro mi propio placer, no el que se me impone, elijo, critico, pienso, siento… existo… soy.

La literatura, la música, las artes plásticas, las escénicas, la ciencia, la filosofía son actividades por las cuales se puede contagiar la “patía”. Sin embargo en una sociedad “masificadora” y despersonalizada la misión oficial es vacunar a la población, desde niños, para eliminar lo más posible los peligrosos síntomas (si no es así entonces algo están haciendo mal). La vacuna es simple y efectiva: un individuo ya vacunado, es decir, a-pático (sin pasión ni afección, inmune), sin cuestionar por qué y por medio de amenazas obliga a los más jóvenes a leer, asistir a eventos y a escribir reportes que únicamente tendrán un valor cualitativo para ser juzgados según su nivel de obediencia ciega. Así los individuos generan una a-patía hacia todo lo que tenga que ver con “arte”, “ciencia” o “conocimiento”, algunos ven estas actividades como inútiles y sin sentido dignas de personas sin nada qué hacer que se quieren hacer muy listas; otros las ven como ocupaciones para ratos de ocio; a caso los más obedientes desarrollan un gusto ciego y obligatorio que más tarde tratarán de inculcar a las siguientes generaciones, entonces sin darse cuenta forman parte de la campaña nacional de vacunación.

“El arte es inútil, regresen a sus casas” proclamaba un cartel dadaísta afuera de un museo. A menos que cada quien encuentre su propia pasión este enunciado será totalmente cierto. El arte debe conmover, afectar, infectar, llenar de placer, hacer pensar, cuestionar, hacer reír, llorar, imaginar, viajar, volar, enojar… cualquiera que sea el efecto, el individuo contagiado regresará por más dosis, lo necesitará y entonces será algo útil para él. Si se quiere contagiar la enfermedad hay que estar infectado, sufrir los síntomas, entonces se puede ser altamente contagioso; de esta manera se puede combatir la intensa campaña de vacunación impartida por los sistemas oficiales.

Cada persona encontrará su propio camino en su pasión, así, cada uno abrirá las puertas de su conciencia para descubrir nuevas veredas, cuestionar lo incuestionable, pensar lo impensable. El mundo será transformado cuando cada quien sea capaz de transformarse a sí mismo. La conciencia infectada infectará otras conciencias. El arte ofrece la posibilidad de convertir a un simple espectador indignado por los acontecimientos de este mundo podrido, en un “kamikase” del ser, capaz de incendiar conciencias, cuerpos y corazones, pero antes, este ser humano tiene que estar dispuesto a incendiarse a sí mismo.