viernes, 18 de julio de 2008

Una experiencia para un nuevo sentir.


A veces he pensado que ya no puedo aprender nada nuevo porque todo lo he visto y todo me lo han dicho, o porque mi mente está cansada y ya no quiere seguir aprendiendo.

Hace varios años mi maestro de historia del arte nos decía que solo un ignorante podía ver una obra de Mondrian (un fulano que pintaba figuras rectangulares de colores) y decir: “Eso hasta yo lo hago”. Enseguida acepté la premisa, pero no comprendí por qué esos tipos que pintaban rayones de colores eran tan aplaudidos: obviamente yo nunca haría algo así y por su puesto que debe tener su mérito pintar un cuadrado negro y convertirse en “dios”, pero por lo demás no encontraba nada atractivo en lo que llamaban “arte abstracto”.

Lo mismo me pasaba con la música y la danza: no comprendía cómo un montón de sonidos raros pudieran ser tan estudiados y valorados por tanta gente tan estudiosa, ni tampoco cómo unas personas moviéndose sin sentido por el espacio pudieran “decir” algo. Acabé entonces por pensar o que yo era un ignorante o que el arte abstracto le tomaba el pelo al mundo y el mundo por no quedar en ridículo le seguía la corriente. Claro que lo más seguro era que la verdad fuera la primera opción.

Años más tarde, después de 3 años en la carrera de actuación, descubrí una nueva manera de ver el mundo (al menos para mí era nueva), esto fue gracias a un trabajo de la clase de coreografía, el cual describiría mejor como un viaje personal.

Danza y baile hasta ese momento me parecían palabras muy similares, casi iguales, pero es necesario distinguir una de la otra: danza es el arte del movimiento; baile es un sistema de movimientos predeterminados que responden a cierto tipo de música. Esto lo comprendí a partir de experimentar el movimiento puro en el espacio: sin música, sin actuación, solo el movimiento que brotaba de mí. Puedo describir esta sensación como un sentimiento muy profundo que dejé emerger en todo mi cuerpo, esto me llevó a moverme, a accionar hacia mí y hacia el espacio. No estaba actuando, ni bailando, ni haciendo ejercicio, pero me estaba moviendo, me gustó nombrar a esto “danza” porque suena a vaivén, algo así como las olas del mar… y si: las olas del mar son movimiento, como el viento, como los átomos en el universo, el universo entero podría ser visto como una danza, de ahí que nosotros nos movamos, somos hijos del flujo universal.

En cada uno de nosotros el flujo se expresa de manera distinta, hay tantas formas de moverse como seres existentes. Todo es movimiento, el mismo pensamiento es movimiento, las palabras que pongo en este ensayo son una expresión de mí, productos de mi movimiento, y seguramente quien lo esté leyendo se está moviendo. El arte es movimiento, sea danza, música o pintura, se puede hablar de que una obra de arte “con-mueve” es decir, mueve al espectador con ella. Pero si el espectador no es capaz de seguir la danza, ya sea porque no la siente o no la comprende, no puede “conmoverse”.

Por aquellas épocas mi hermano estaba tocando una obra para guitarra llamada “Cavatina” de Alexandre Tansman, compositor del siglo XX. Comprendía que para él esta obra tuviera mucha dificultad y suponía que debía ser una obra bastante importante, sin embargo no la podía disfrutar porque no entendía nada, era como si mi hermano estuviera hablando un lenguaje desconocido, a lo cual yo decía: “se oye bien y debe ser muy difícil hablarlo, pero no entiendo nada”. Después de experimentar la pureza del movimiento, entonces me di cuenta que algo similar pasaba con los sonidos, así escuché esta pieza con nuevos oídos y la pude disfrutar más, ahora el lenguaje no se me hacía extraño, comprendí que era una danza, eso es el flujo universal.

La aventura continuó en una exposición en el museo Rufino Tamayo de la ciudad de México, donde fui “movido” por unos cuadros que en su mayor parte usaban figuras geométricas y colores puros, en especial recuerdo uno que tenía unos trapezoides de colores verdes, morados y anaranjados, en realidad no sé por qué, pero el cuadro me dejó fascinado, y a la vez quedé fascinado por estar fascinado por el cuadro.

Desde entonces mi manera de percibir la realidad cambió, supe que el arte abstracto no es una “vanguardia” más, propia del siglo XX, es un fenómeno del universo al que los humanos hemos dado valores estéticos, es el producto del flujo universal: es una flor abriéndose, son las nubes en el cielo o los atardeceres que podemos llamar “hermosos”, como el rostro de la persona amada, son las esculturas vivas de una danza compleja que llamamos caos. Muchos artistas del siglo XX se centraron en estas formas, lo mismo que la ciencia contemporánea que, con conceptos como la relatividad o la teoría cuántica, redescubrieron en la cultura occidental esta forma de percibir el universo, la cual ya era parte de mi experiencia sensible pero no la comprendía porque no la vinculaba con mi propia realidad, a partir de crear éste vínculo entre mí y el arte abstracto fue que pude conmoverme, pude danzar con él.

La experiencia me hizo sentir de nuevo. Si se quiere comprender algo hay que experimentarlo, sentirlo, vincularlo con el ser. Todo conocimiento profundo proviene de una experiencia que comprende al ser completo, único. Probablemente puedo compartir esto por medio de las palabras, pero el verdadero proceso de aprendizaje se da cuando el maestro invita a experimentar y el alumno se permite hacerlo.

viernes, 27 de junio de 2008

Pathopathía (enfermedad de la pasión).


El término “pathos” viene del griego antiguo y significa en español “afección, enfermedad”. Esta palabra posteriormente dio origen a “pasión”. La pasión es reconocida entonces como una afección porque es algo que afecta, es decir modifica al individuo, lo transforma.

Un hombre infectado con Ántrax entra en la cámara de diputados, basta con que estornude una sola vez para que en cuestión de segundos más de 10 queden mortalmente infectados. Este primer hombre morirá en cuestión de minutos, pero su enfermedad ha sido legada a otros seres humanos: una pequeña parte del mundo ha sido transformada, un humano, cambiándose a sí mismo, fue capaz de cambiar a otros.

Cuando mi hermano y yo éramos niños mi madre nos leía cuentos a antes de dormir, recuerdo que me gustaban las historias y los personajes porque viajaba a lugares lejanos, casi podía jurar que vivía esas aventuras escritas, a veces ni siquiera podíamos dormir porque queríamos seguir leyendo. Esa fue una costumbre diaria hasta que aprendí a leer “como grande” y desarrollé el poder de leer para mí mismo.

Cada año, mis padres me llevaban a la feria internacional del libro, lo cual me parecía muy aburrido porque se trataba de caminar horas y horas entre un montón de gente viendo cosas que no comprendía, no había juegos y era un edificio viejo, gris y bastante deprimente. Vagamente recuerdo que una vez me preguntaron qué quería y, por no dejar de pedir algo, escogí un libro que hablaba de un gato que quería ser policía, yo me identificaba con el gato porque me gustaban los gatos, a partir de ese día cada año que regresábamos a la feria del libro yo buscaba libros con los cuales me sintiera identificado, las claves eran los títulos o simplemente las portadas.

De la primaria recuerdo que los adultos siempre se quejaban de que los niños no leíamos y veíamos mucha tele, lo cual me hacía sentir confundido porque las dos cosas me gustaban. En consecuencia a esa preocupación, en la escuela nos obligaban a leer un libro al mes, pero ese libro tenía que estar aprobado por la maestra. Esos trabajos me fueron bastante tediosos y la lectura la asocié con una actividad meramente escolar para jodernos la existencia (como casi todo en la escuela). Sin embargo nunca dejé de leer para buscarme a mí mismo. Al crecer descubrí que ante los demás yo era un “freak”, ñoño, “nerd”, etc. Al parecer la gente no concebía que mi interés por la lectura fuera un gusto personal.

Con el tiempo se desarrolló en mí una “patía”. Comencé a buscar más y más experiencias reveladoras, alguna parte de mí que tal vez desconocía o estaba olvidada, quería re-conocerme, conocerme (“conócete a ti mismo” decía un oráculo en la Grecia antigua) a través de lo que leía, de lo que veía y de todo lo que hacía.

Cada pasión es distinta, a cada quien le afectan cosas diferentes, por eso esta enfermedad obliga a los individuos a elegir y a exigir, para esto es necesario un ejercicio de libertad y auto-conocimiento, una auténtica expresión de individualidad. Escojo lo que me gusta, no lo que me dicen que me debe gustar, encuentro mi propio placer, no el que se me impone, elijo, critico, pienso, siento… existo… soy.

La literatura, la música, las artes plásticas, las escénicas, la ciencia, la filosofía son actividades por las cuales se puede contagiar la “patía”. Sin embargo en una sociedad “masificadora” y despersonalizada la misión oficial es vacunar a la población, desde niños, para eliminar lo más posible los peligrosos síntomas (si no es así entonces algo están haciendo mal). La vacuna es simple y efectiva: un individuo ya vacunado, es decir, a-pático (sin pasión ni afección, inmune), sin cuestionar por qué y por medio de amenazas obliga a los más jóvenes a leer, asistir a eventos y a escribir reportes que únicamente tendrán un valor cualitativo para ser juzgados según su nivel de obediencia ciega. Así los individuos generan una a-patía hacia todo lo que tenga que ver con “arte”, “ciencia” o “conocimiento”, algunos ven estas actividades como inútiles y sin sentido dignas de personas sin nada qué hacer que se quieren hacer muy listas; otros las ven como ocupaciones para ratos de ocio; a caso los más obedientes desarrollan un gusto ciego y obligatorio que más tarde tratarán de inculcar a las siguientes generaciones, entonces sin darse cuenta forman parte de la campaña nacional de vacunación.

“El arte es inútil, regresen a sus casas” proclamaba un cartel dadaísta afuera de un museo. A menos que cada quien encuentre su propia pasión este enunciado será totalmente cierto. El arte debe conmover, afectar, infectar, llenar de placer, hacer pensar, cuestionar, hacer reír, llorar, imaginar, viajar, volar, enojar… cualquiera que sea el efecto, el individuo contagiado regresará por más dosis, lo necesitará y entonces será algo útil para él. Si se quiere contagiar la enfermedad hay que estar infectado, sufrir los síntomas, entonces se puede ser altamente contagioso; de esta manera se puede combatir la intensa campaña de vacunación impartida por los sistemas oficiales.

Cada persona encontrará su propio camino en su pasión, así, cada uno abrirá las puertas de su conciencia para descubrir nuevas veredas, cuestionar lo incuestionable, pensar lo impensable. El mundo será transformado cuando cada quien sea capaz de transformarse a sí mismo. La conciencia infectada infectará otras conciencias. El arte ofrece la posibilidad de convertir a un simple espectador indignado por los acontecimientos de este mundo podrido, en un “kamikase” del ser, capaz de incendiar conciencias, cuerpos y corazones, pero antes, este ser humano tiene que estar dispuesto a incendiarse a sí mismo.